Midhir

Midhir y el Juego del Fidchell

En los antiguos días de Irlanda, cuando los reyes y sus hazañas estaban en el centro de las leyendas, vivía un noble llamado Midhir, conocido tanto por su encanto como por su astucia. Un día, Midhir, cautivado por la belleza de la esposa del rey Eochaïd, decidió visitar el palacio del rey bajo un pretexto amistoso. Se presentó con una propuesta: un desafío al juego de fidchell, un antiguo juego de mesa que el rey ostentaba como su especialidad.

Eochaïd, orgulloso de su habilidad en el fidchell, aceptó el reto con entusiasmo. Midhir, sabiendo que su habilidad en el juego era incomparable, apostó cincuenta caballos veloces, pero de manera deliberada, se dejó vencer. Al día siguiente, el rey, aún confiado en su suerte, apostó cincuenta navíos en el siguiente juego, y de nuevo, Midhir perdió con aparente facilidad.

Con el paso de los días, el desafío y la apuesta aumentaron en grandeza. El rey, ahora completamente seguro de su invencibilidad, se volvió cada vez más audaz. El tercer día, con una sonrisa de confianza en sus labios, preguntó a Midhir: “¿Cuál es la apuesta ahora?”

Midhir, con una mirada enigmática, respondió: “Lo que el ganador desee”. La respuesta dejó al rey intrigado pero también complacido, ya que parecía que podía exigir cualquier cosa.

Eochaïd, imaginando riquezas y poder, aceptó la propuesta con entusiasmo. El juego se llevó a cabo, y en esta ocasión, Midhir jugó con una habilidad impecable. Con movimientos calculados y estratégicos, logró ganar la partida decisiva. El rey, sorprendido y atónito, se encontró ante una situación inesperada.

Al finalizar el juego, Midhir se acercó al rey y le dijo con calma: “Ahora, como lo acordamos, lo que el ganador desee”. El rey, confiado aún en su posición de poder, pidió sin pensar: “Deseo que Midhir sea mi prisionero y que nunca vuelva a ver la luz del día”.

Midhir, sin inmutarse, sonrió levemente y respondió: “Tan solo he ganado la apuesta, pero no la libertad”. Con un movimiento mágico, Midhir desapareció del palacio, dejando al rey atónito. El hechizo de Midhir no solo le permitió escapar sin ser visto, sino que también transformó el reino del rey Eochaïd en un lugar de oscuridad y confusión, donde los recuerdos del juego y la vanidad del rey se convirtieron en leyendas olvidadas.

Así, Midhir volvió a su hogar, dejando tras de sí una historia que se contaría en susurros a lo largo de las generaciones. La leyenda de Midhir y el juego del fidchell enseñó que la astucia y el ingenio pueden superar incluso la mayor de las vanidades, y que la verdadera magia reside en la habilidad de jugar el juego con sabiduría y previsión.

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